lunes, 1 de julio de 2013

TIEMPO DE REFLEXIÓN


Aún no llego a comprender cómo ocurrió, si fue real o un sueño. Sólo recuerdo que de pronto me encontré en aquel inmenso salón con una pared llena de tarjeteros, como los que tienen las grandes bibliotecas. Los ficheros parecían interminables.
Al acercarme, me llamó la atención un cajón titulado: "Muchachas que me han gustado", Lo abrí y empecé a pasar las fichas. Tuve que detenerme por la impresión, había reconocido el nombre de cada una de ellas. ¡Se trataba de las muchachas que a mí me habían gustado!
En el resto de los ficheros estaban escritas las acciones de cada momento de mi vida, pequeños y grandes detalles, momentos que mi memoria había ya olvidado. Algunos me trajeron alegría y otros, por el contrario, un sentimiento de vergüenza y culpa. El archivo "Amigos" estaba aliado de "Amigos que traicioné" y "Amigos que abandoné cuando más me necesitaban". Los títulos iban de lo mun­dano a lo ridículo: "Libros que he leído", "Mentiras que he dicho", "Consuelo que he dado", "Chistes que conté"; otros títulos eran: "Asuntos por los que he peleado con mis hermanos", "Cosas he­chas cuando estaba molesto", "Videos que he visto". Cada tarjeta confirmaba la verdad y llevaba mi firma. Cuando llegué --al archivo "Pensamientos lujuriosos", un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sólo abrí el cajón unos centímetros. Me avergonzaría conocer su tama­ño. Saqué una ficha al azar y me conmoví por su contenido. Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe ver estas tarjetas jamás. ¡Tengo que destruir este salón! Pero descubrí que no podía siquiera sacar los cajones. Me desesperé y traté de tirar con más fuerza, pero fue inútil.
En eso, el título de un cajón pareció aliviar en algo mi situación: "Personas a las que les he compartido el Evangelio". Al abrirlo encontré menos de 10 tarjetas. Caí al suelo llorando amargamen­te de vergüenza.
Y mientras me limpiaba las lágrimas, lo vi. ¡Oh no! ¡Por favor, no! ¡Cualquiera menos Jesús! Impotente vi cómo Jesús abría los ca­jones y leía cada una de mis fichas. Intuitivamente se acercó a los peores archivos. Con tristeza en sus ojos, buscó mi mirada y yo me llevé las manos al rostro y empecé a llorar de nuevo. Pudo haber dicho muchas cosas, pero Él no dijo una sola palabra. Allí estaba junto a mí, en silencio.
Fue el día en que Jesús guardó silencio... y lloró conmigo. Volvió a los archivadores y, desde un lado del salón, empezó a abrirlos, uno por uno, y en cada tarjeta firmaba su nombre sobre el mío. Me miró con ternura a los ojos y me dijo: "He terminado, yo he cargado con tu vergüenza y culpa". En eso salimos juntos del salón, que aún permanece abierto porque todavía faltan más tarjetas que escribir.
Aun no sé si fue un sueño, una visión, o una realidad... De lo que sí estoy convencido es que la próxima vez que Jesús vuelva a ese salón encontrará más fichas de qué alegrarse, menos tiempo perdido y menos fichas vanas y vergonzosas.
Lucas 1:25  "Esto --decía ella-- es obra del Señor,  que ahora ha mostrado su bondad al quitarme la vergüenza que yo tenía ante los demás."

Reconocer delante de Dios nuestro pecado, aquellas acciones vergonzosas, solo hace una cosa trae perdón y reconciliación, pues nos mostramos ante el tal cual somos, sin temores, ocultarlo solo nos hace unos hipócritas, porque aunque lo ocultemos él lo sabe, la negación es el estado en que muchos viven para evitar ser confrontados por su propia consciencia, por eso lo ocultan, pero allí en lo profundo de tu ser, donde se hallan todos tus recuerdos hay algunas tarjetas similares o aún peores que las que muestra la historia, solo Dios las conoce, pero cuando reconoces tu necesidad de perdón y tu bancarrota espiritual, podes ir a Él, solo firmara y te dirá que te ama, que por ti entrego su vida, y podrás descubrir cada día tu redención y libertad de la culpa, la vergüenza y el temor que antes amenazaban tu vida, se libre, se verdaderamente libre en Cristo, muéstrate si máscaras y recibe lo único que Dios quiere para ti, paz, verdad y amor. La vergüenza es un estado que nos aparta de la verdad, pues queremos mentir para ocultarnos, para no mostrar quien verdaderamente somos en nuestro interior, solo confrontándonos con la verdad, puede salir a la luz nuestro verdadero ser y podemos descubrir la bondad de un Dios llenos de misericordia y perdón. No te ocultes más, déjate ver, deja que su luz resplandezco sobre ti y revele lo que tu corazón oculta para que puedas conocer la verdad.

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