Son muchos los que dicen con orgullo: "Yo
quiero a mi ciudad, yo amo a mi ciudad, yo doy todo por mi ciudad" y hasta
ahí. No hay más compromisos y todo es de labios para afuera, porque la realidad
es otra. Si la amamos y la queremos, entonces ¿por qué arrojamos los empaques
de los dulces, los papelitos de notas, empaques de drogas médicas o las bolsas
del supermercado al piso?
¿Por qué enviamos o pagamos a personas para que la
basura que no recogieron a tiempo la arrojemos en la calle o, en el peor de los
casos, a los lechos de nuestros ríos o quebradas? ¿Por qué los residuos sólidos
de construcciones, terminan cerca al andén del vecino o en el lote cercano?
¿Por qué los cadáveres de animales en estado de putrefacción no los sepultamos,
sino al contrario, los llevamos a los sitios mencionados?
Ahora sí podemos reflexionar sobre el amor que le
tenemos a nuestra ciudad, si incurrimos en alguno de estos comportamientos
sobre ella y sobre nosotros mismos.
1Pe 2:13 Sométanse por causa del Señor a toda autoridad
humana, ya sea al rey como suprema autoridad,
Nuestras ciudades son el
reflejo de lo que somos, basta con mirar las calles, la forma de conducir de sus
habitantes, el respeto a las normas para darnos cuenta en qué tipo de sociedad
vivimos. Hemos perdido el civismo, la capacidad de ver en el prójimo a un
semejante, la violencia, la degradación, la inseguridad, el desorden y el caos
reinan en nuestras ciudades, o aun en aquellas en las que estas cosas no se
ven, puede verse el grado de frialdad ante el prójimo. Debemos procurar volver
nuestras ciudades y pueblos más como Cristo y un reflejo de nuestra practica
como creyentes, donde la amabilidad, la honestidad, la sinceridad, el amor al prójimo,
el perdón y la verdad sean nuestro pan de cada día. Así tendríamos ciudades más
limpias, más bellas, más amables, y sin rastro de injusticia. Pero sin un
cambio interior jamás veremos un cambio exterior. El respeto a nuestras
autoridades gubernamentales, judiciales, policiales y demás no debería ser un
problema para el creyente pues todas ellas han sido establecidas para nuestro
bienestar y debemos someternos a ellas según el mandato de la palabra, aun
cuando no estemos de acuerdo con su obrar y solo hasta que ello no nos incumba
sobrepasar nuestra fe. Ese respeto a la autoridad puede darnos la capacidad de
respetar a nuestro prójimo y también a la ciudad donde vivimos.
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