lunes, 18 de julio de 2016

TIEMPO DE REFLEXIÓN

Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente que era muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y des­pertaba al rey, cantando y tarareando alegres canciones de jugla­res. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.
Un día el rey lo mandó a llamar. "Paje -le dijo-. ¿Cuál es el secre­to?". -"¿Qué secreto, majestad?". -"¿Cuál es el secreto de tu ale­gría?". -"No hay ningún secreto, alteza". -"No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una men­tira". -"No le miento, alteza, no guardo ningún secreto". -"¿Por qué está siempre alegre y feliz? Eh, ¿por qué?". -"Majestad, no tengo razones para estar triste. Su alteza me honra permitiéndo­me atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y ade­más, su alteza me premia de vez en cuando con algunas mone­das para darnos algunos gustos. ¿Cómo no estar feliz?". "Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey-. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado". -"Pero, majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...". -"¡Vete, vete antes de que llame al verdugo!". El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.
El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, vistiendo ropa usada y alimentándose con las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana: ¿Por qué él es feliz? -"Ah, majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo. -"¿Fuera del círculo?". -"Así es", "¿Y eso es lo que lo hace feliz?". -"No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz". -"A ver si entiendo, estar en el circulo te hace infeliz". -"Así es". -"¿Y como salió?"-. -"Nunca entró". -"¿Qué círculo es ese?". -"El círculo del 99". -"Verdaderamente, no te entiendo nada". -"La única manera para que entendieras, seria mostrártelo con hechos". -"¿Cómo?", -"Haciendo entrar a tu paje en el círculo". -"Eso, obliguémoslo a entrar", -"No, alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo". -"Entonces habrá que engañarlo". -"No hace falta, su majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito". "¿Solito? Pero, ¿él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?". "Sí se dará cuenta". -"¡Entonces no entrará!" "No lo podrá evitar", -"¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?". -Tal cual Majestad. ¿Estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?". -"Sí". -"Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos". -"!99! ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?". -"Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche...".
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos cruzaron los patios del palacio y se ocultaron, junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pegó un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste". Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban, para ver lo que sucedía. El 'sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados y cerró la puerta. El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado solo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa. Sus ojos no podían creer lo que veían. ¡Eran una montaña de monedas de oro! Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía ahora una montaña de ellas para él. El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco... Y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: i99 monedas! Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más; luego en el piso y finalmente en la bolsa. "No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja. "¡Me robaron -gritó- me robaron, malditos!". Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro "sólo 99". "99 monedas. Es mucho dinero -pensó-. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo. Cien es un número completo pero noventa y nueve, no". El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con  el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus.
El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entra la leña. Tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien? Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después, quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario. Sacó las cuentas: Sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender... Vender... Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno, para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo del 99. Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando de pocas pulgas. "¿Qué te pasa?", preguntó el rey de buen modo. "Nada me pasa, nada me pasa". -"Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo". -"Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su alteza, que fuera su bufón y su juglar también?". No pasó mu­cho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

Salmos 23:1  El Señor es mi *pastor,  nada me falta;

Todos hemos sido programados para pensar que siempre nos falta algo para estar completos, y que sólo estando com­pletos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto, se nos enseñó, que la felicidad se alcanza al completar lo que hace falta. Y como siempre parece que nos falta algo, la idea impide al hombre disfrutar del presente, en pos de un futuro que aún no se ha alcanzado y que no sabemos si se alcanzará. Qué tal si Dios abriera nuestros ojos para ver y nos diéramos cuenta, que nues­tras 99 monedas son el todo del tesoro, que no nos falta nada, que estamos completos, que nadie se quedó con lo nuestro. El mundo y sus riquezas, fama y vanagloria nos conducen a una trampa para que nunca disfrutemos del presente y que todo siga igual. El pasaje de la escritura nos recuerda que Dios quiere ayudarnos a despertar para que podamos disfrutar nuestro presente, aquellas bendiciones que ya nos fueron concedidas y en las que ni siquiera pensamos por estar sumergido tras las distracciones de este mundo. Dios está aquí y ahora, en el nada nos falta, en él estamos completos, es en su presencia que podemos descubrirnos tal cual hemos sido creados, sin faltantes, sin falsas necesidades.

GUÍA DE ESTUDIO
¿Aun crees que algo te falta?
¿Porque crees que has caído en ese juego?
¿Qué te impulsa a creer que necesitas más cosas?

¿Cuáles son tus verdaderas necesidades?

TIEMPO DE REFLEXIÓN
Por: Camilo Sastoque
Ministerio Unidad de la Fe

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