Dos piedrecitas vivían en medio de otras, en el
lecho de un torrente. Se distinguían entre todas porque eran de un intenso
color azul. Cuando les llegaba el sol, brillaban como dos pedacitos de cielo
caídos al agua. Conversaban sobre lo que serían cuando alguien las descubriera:
"Acabaremos en la corona de una reina" se decían.
Un día fueron
recogidas por una mano humana. Durante un tiempo estuvieron sofocándose en
diversas cajas, hasta que alguien las tomó y oprimió contra una pared, igual
que otras, introduciéndolas en un lecho de cemento pegajoso. Lloraron,
suplicaron, insultaron, amenazaron, pero dos golpes de martillo las hundieron
todavía más en aquel cemento.
A partir de
entonces sólo pensaban en huir. Trabaron amistad con un hilo de agua que, de
cuando en cuando, corría por encima de ellas y le decían: "Fíltrate por
debajo de nosotras y arráncanos de está maldita pared".
Así lo hizo
el hilo de agua y al cabo de unos meses las piedrecitas ya bailaban un poco en
su lecho. Finalmente, en una noche húmeda, las dos piedrecitas cayeron al
suelo y yaciendo por tierra echaron una mirada a lo que había sido su prisión.
La luz de la luna iluminaba un espléndido mosaico. Miles de piedrecitas de oro
y de colores formaban la figura de Cristo.
Pero en el
rostro del Señor había algo raro, estaba ciego. Sus ojos carecían de pupilas.
Las dos piedrecitas comprendieron. Eran ellas las pupilas de Cristo. Por la
mañana un sacristán distraído tropezó con algo extraño en el suelo. En la
penumbra pasó la escoba y las echó al cubo de basura.
Cristo tiene
un plan maravilloso para cada uno y, a veces, no lo entendemos y por hacer nuestra
propia obra, malogramos lo que él había trazado. Somos las pupilas de Cristo.
Él nos necesita para que, a través de nosotros, pueda llevar el amor al mundo.
Eph 1:11 En Cristo también fuimos
hechos herederos,* pues fuimos predestinados según el plan de aquel que hace
todas las cosas conforme al designio de su voluntad,
La voluntad de Dios parece a
veces algo difícil de entender pero no es así, muchas veces batallamos,
luchamos y nos incomodamos por las cosas que vivimos, pero si saber la voluntad
de Dios que es buena, perfecta y agradable siempre llega a tiempo para gloria y
honra de Su nombre. El hombre siempre busca hacer su propio camino, siempre está
intentando ser dueño de su destino y así lo es pues el libre albedrío lo
permite, el problema de ser dueño de tu destino es que cualquier decisión
equivocada también te hará responsable de las consecuencias, Cristo ha
dispuesto una herencia para aquellos que siguen el plan que ha trazado para sus
vidas que solo se trata de dejarlo fluir, sin más luchas, ni peleas, tan solo
mueres para que puedas vivir en El. Tratar de tomar el control nos llena de
angustia, afán, envidia y codicia, tratar de tomar el control es cuestión de
ego, pues solo intentas mantenerte abrazando lo viejo, cuando Dios te llama a
fluir en lo nuevo de su presencia.
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