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lunes, 22 de febrero de 2016

TIEMPO DE REFLEXIÓN



TIEMPO DE REFLEXIÓN
Por: Camilo A. Sastoque
Ministerio Unidad  de la Fe

“Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?".

El maestro sin mirarlo, le dijo: "Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después... -y haciendo una pausa agregó-: Si quisieras ayudar­me tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar".
"E... encantado, maestro", titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado, y sus necesidades postergadas. "Bien", asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y dándoselo al muchacho, agregó: "Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo por­que tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas".
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuel­ta a la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro. Rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado ­más de cien clientes- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda...
Entró en la habitación. "Maestro, lo siento; no te pude conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas do plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo".

"Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saber­lo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo".
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo: "Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender YA, no puedo darle más que 58 mone­das de oro por su anillo".
"i58 MONEDAS!", exclamó el joven. "Sí, -replicó el joyero- yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...".
El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
"Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: Una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?". Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.


Mat 23:12  Porque el que se enaltece será humillado,  y el que se humilla será enaltecido.

El hombre quiere que todo el mundo le reconozca como alguien valioso, de renombre aumentando su valía y vanagloria sobre esta tierra, pero el sendero espiritual es contrario al camino de la exaltación. En el camino a Dios, el que se humilla a sí mismo es mayor que aquel que busca ser exaltado o reconocido en público. Tú eliges el camino que quieres seguir, el de la vanidad y el engaño, o el de la verdad y la iluminación. La vida ha sido dispuesta para confrontarnos con esta realidad. En la historia que leímos encontramos a un joven que como muchos de nosotros se encontró con que nadie daba valor a quien era, y de forma magistral el hombre sabio reconoció su valor real y se lo mostró a través de una paradoja con la vida. En Mateo Cristo mismo nos dice que nadie puede ir en pos suyo exaltándose a sí mismo y sus acciones, sino que aquel que le busca en espíritu y verdad no le importa humillarse reconociendo su maldad, y su necesidad de Dios. Solo en Dios podemos reconocer el verdadero valor de nuestras vidas, tan alto que costo el precio que nadie más podía pagar, sino Dios, la vida del unigénito del Padre.

GUÍA DE ESTUDIO

¿Qué camino estas buscando?
¿Esperas el reconocimiento y la gloria de los hombres?
¿Qué esperas de la vida, exaltación o humillación?
¿Cuál es tu actitud frente a la humillación?

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